. . . Alma mía. Déjame ser en ti. Mira a través de mis ojos. Contempla las cosas que has creado. Mira... cómo brillan...




無くなる nakunaru

Las flores son siempre hermosas. Aunque sean el regalo para un enfermo terminal.

Qué tristeza. Qué manera de estar triste es ésta que yo ni siquiera conocía.

Cuando Izumi, el cocinero del templo, me dijo casi con señas sólamente que Ukon-san había muerto la noche anterior no supe qué decir, qué pensar. Qué hacer. Recuerdo mirar y mirar por mi ventana, hacia su casa, y sólo ver su casa. Su casa. Qué vacía su casa. Y la lluvia…

El funeral. Bueno. Esas cosas que no conozco. Al fin y al cabo soy un extranjero aquí. Un gaijin. Sólo eso. Los mantras recitados una y otra vez por los bonzos. Las flores. Las palabras que no conozco. Todo eso….

Recuerdo a Ukon–san hablando conmigo de Santôka. En un café. Lo recuerdo tan perfectamente que podría dibujarlo. Su sombrero, su sonrisa, sus palabras. Y su silencio. Qué risas nos hacíamos.

Flores para Ukon-san. Para Akio, mi amigo.

El otro día, en el hospital, cuando me vió, sólo dijo “Fueriksu, Fueriksu…” Abrió los ojos. Como platos. Y los míos se abrieron, no sé cómo. Su mano en mi mano y ya nada. Su mano, qué delgada. Qué vacía de huesos. Qué mano sobre la mía. Tembló. Sí. Tembló mi mano en su mano. Y mis ojos… Los ojos tiemblan. A veces…. Sin poder ver a Ukon-san. A aquel Ukon-san. Qué triste. Qué tristeza tan profunda…. Cómo se dirá en un idioma que no sé “la tristeza”. Así, sin adjetivos. Sin paliativos.

Hospitales. Flores de plástico. Máquinas expendedoras de todo lo que quieras. De todo menos lo que de verdad que quieres. Jamás olvidaré ese olor. Hospital. Hospital. Hospital. Podría repetirlo hasta morir yo mismo. Y aquella luz. Qué luz… Qué hacía aquella luz allí. Era tan limpia. Era tan cristalina aquella luz que yo no sabía ni qué hacer. Otra vez…

Qué hacer. Qué puedes hacer cuando buscas palabras para decir la nada. Qué puedes decir cuando buscas una sombra donde no la hay. Aquella luz… Oh, dios mío, aquella luz….

Busco una parada de autobús. Busco. Qué. Nada. Hay un monte cerca, se llama Atago. No sé. Camino, sin más. Busco algo vivo, algo donde descansar. Sólo en lo vivo puedo descansar. En la piedra. Allí, en la piedra ajena a las leyes de todos nosotros, ajena a mí mismo por fin paré.

Oh, Ukon-san. Aquí las flores son flores, no plástico. Aquí las arañas tejen sus telas entre árboles de verdad, como a ti te gusta, y las hierbas sólo son hierbas, y se mueven con el viento de Nagasaki. ¿De dónde viene este viento que mueve mi corazón? Aquí podemos reír y guardar silencio. Aquí, querido amigo, podemos hacer nada.

La luz que viene a mí sólo atraviesa las hojas de los árboles. La seda de las arañas. La pureza nos envuelve. ¿No lo ves tomodachi? Aquí somos lo que somos. Aquí no morirás nunca. No, aquí no morirás nunca, lo sé.

Mantras. Una y otra vez. Bonzos. Campanas. Ceniza. ¿De verdad estás ahí amigo? Yo no te veo. No puedo. Sólo soy un gaijin aquí. Wakarimasen.

Podría decir tantas cosas de ti para no decir lo que de verdad importa…. Te echo de menos. Sólo eso. Qué más puedo decirte. En el monte Atago, después de verte en el hospital, ya te echaba de menos. Lloré. Sí, lloré, cuando nadie miraba salvo las arañas suspendidas de su trabajo o el viento libre de todo. Lloré porque no siguieras conmigo. Porque tu mano estaba tan llena de nada…. Oh… tu mano…. Tan igual a la de mi padre…. Nunca la olvidaré…

El otro día un gato se coló por una de tus ventanas. Debería avisar al prior, lo sé. Pero no lo hago. Sólo miro. Entra y desaparece. La luz del sol.

Un recién llegado soy. Lo sé. Pero ya las arañas tejen sus telas en mi balcón y los sapos miran la luna desde mi puerta. El mukuge florecerá en primavera y el kuzu no ki extenderá su sombra sobre mi casa. Y la tuya…

Y tú no estás.

Nakunaru. Convertido en nada. Creo que es lo que me dijo Izumi, casi por señas. ¿De verdad te has hecho nada? ¿Es posible? Nada… ¿Pero no lo somos ya Ukon? Ukon… Akio, amigo mío...

¿Sabes? En el hospital vi flores de plástico pero en el monte Atago vi las de verdad. Las que se huelen, las que se tocan. En el monte Atago vi tu nada. Y era tan luminosa… oh… esa luz… dios mío… de dónde venía esa luz….



sólo la lluvia…

la casa de Ukon-san

se hace nada