. . . Alma mía. Déjame ser en ti. Mira a través de mis ojos. Contempla las cosas que has creado. Mira... cómo brillan...




ただひたすらに tada hitasura ni

 

   

  Mil veces se ha dicho que estamos de paso en la tierra y no somos otra cosa que el viandante que busca un paraíso que aquí es imposible alcanzar. Aquel hombre que iba en busca de Santiago aspiraba a un finis terrae en el que el cuerpo se liberaba del pecado para conseguir la salvación que estaba más allá de los límites del mundo, pues para ello se ha desasido de bienes terrenales y no cuenta sino con el cayado, símbolo de su despojo.

 

 

 

No recuerdo dónde leí esas palabras que me rondan. No recuerdo cuándo, quién era yo entonces, antes de caminar y no pensar. Antes de pasar sin nostalgia sobre los campos, entre la gente y las espigas, más allá de la inquietud.

Son mis pasos y sus ecos el sonido del camino. A veces una alondra traza en el aire su trino que asciende y desciende. Levanto la vista pero sólo en mis oídos vuela esta alondra que se desprende de las nubes.

 

No hay viento, la mañana es luminosa y el camino serpentea perezoso entre los campos llenos de vides. Camina mi sombra frente a mí alargándose en esta hora temprana, como si quisiera alcanzar antes que yo mismo las suaves lomas, el amplio el horizonte.

Mis pasos, el canto de la alondra, el silencio y su eco es el sonido de mi camino. Algún peregrino, allá, lejos, solitario también. Sólo una mancha silenciosa que aparece y desaparece entre las viñas. Ahora sí, ahora no. El peregrino y su camino. Su silencio y mi silencio.

 

 

 

Y ahora unos pasos ligeros, trote que no toca el suelo, pies descalzos, tis tis tis, que me siguen y se acercan y se paran y me siguen. Vuelvo la mirada y la mirada de un perro se detiene de soslayo a mi espalda. Sé que duda entre permanecer quieto o huir. Palabras tontas, de esas que se dicen a los perros y a los niños, ademán de acercarme y él se retira unos pasos.

Continúo mi camino. No vuelvo la vista atrás aunque me gustaría. Tis tis tis…. sonrío.

 

A veces le siento muy cerca, la sombra de su sombra casi me roza por mi izquierda… cuando giro la cabeza hacía allí ya no está. Ahora aparece por mi derecha… Es como el escondite. Es su juego pero yo sé dónde se esconde.

Aminoro la marcha a propósito.  Me gustaría volver la vista atrás pero no la vuelvo. Tis tis tis… sus pies ligeros aflojan su trotillo, percibo cómo dudan sus pasos descalzos…

 

La sombra de su sombra, su sombra, su cuerpo flaco, tis tis tis,  me rebasa trotando y ahora camina por delante de mí. Es un podenco de color canela con las orejillas despiertas y poca carne en las costillas. Parece joven.

 

 

 

No oigo los pasos de las nubes sobre la campiña. Pocas, sólo jirones, en esta mañana clara, limpia. El sol poco a poco comienza a calentar. Siento la tibieza de su calor deslizarse sobre la piel de mi cuello, entre el sombrero y la mochila.

¿Desde dónde llega esta serenidad? ¿Siempre estuvo en mí? Si es así por qué antes no la veía. ¿De qué es el eco? ¿El eco de qué pasos? Quién camina a mi lado a pesar de mi torpeza, de mi ceguera. Serenidad, eso es todo. Sólo eso.

 

 

 

Sé que duda. ¿Volverá la vista? La sombra de mi sombra acecha sus pasos por la izquierda y cuando creo que va a girarse cambio de dirección y aprieto el paso hacia su derecha. Es mi juego.

 

Y me paro. Tis tis tis continúa caminando. Parece que vuelve la vista, remolonea sobre el camino, se aparta de él, desaparece tras unos arbustos… 

 

Camino de nuevo.

Camino despacio, remoloneando, y allí está. Sentado al borde del camino, a la sombra. Mira distraído hacia algún lugar más allá del camino, del horizonte. Quizá mis pasos ligeros, quizá… quién sabe. Vuelve su mirada y mi mirada contempla de soslayo su figura escuálida, su mirada más allá de la inquietud, mientras paso junto a él y sigo el camino.

 

Volvería la vista atrás, me gustaría. Dudo. Pero no la vuelvo. Mis pasos y el eco mis pasos son el sonido de mi camino. Mis pasos y su silencio.

Adiós, hasta la vista, peregrino.

 

 

 

sólo caminar,

junto al perro sin dueño

entre las viñas

 

 

 

 

ただひたすらに野良犬と歩くぶどう畑

 

 

tada hitasura ni
nora inu to aruku
budôbatake

 

La mirada del que viene de lejos

 

¡Al fin en casa! Llegué a Santiago, seguí hasta Finisterre..... Increíble… Nadie espera encontrar lo que al final encuentra. Por mucho que busques el Camino siempre te sorprende. Siempre.

He caminado sin parar durante un mes, a lo largo de más de 600 km., por estepas y montañas, por bosques y campos de cereal, he atravesado pueblos y ciudades, gentes, acentos.... A veces tengo la sensación de haber estado fuera de casa durante mil años, a veces todo parece haber sucedido en un instante.

Llegar a la catedral de Santiago después de tantos días… lo que uno siente es indescriptible. La gente se emociona, se abraza a otros peregrinos, llora... Dentro de la catedral el cura nombra el origen y lugar desde donde comenzaron el camino todos los peregrinos que han llegado ese día. El órgano suena y hace temblar las piedras y las almas. Allí estás tú, al final de un río de más de mil años, de miles de almas...

Continué hasta Finisterre, el lugar donde se acaba la tierra, en la costa donde el sol muere en un océano que parece infinito. Contemplar cómo el sol va desapareciendo en un atardecer interminable, trazando un camino de luz dorada entre uno mismo y el horizonte inalcanzable.... De cuántas personas me acordé en esos momentos, de los que están y de los que ya no están... de cuántos peregrinos que siguieron y siguen el mismo deambular sobre la tierra...

Y al día siguiente toqué por fin el mar. Caminé descalzo por la lengua del mar, recogí conchas que las olas hacían resonar. Miré el horizonte una vez más y decidí volver a casa.

 

La vuelta a mi casa fue desconcertante. Recorrer en horas lo que no hacía tanto anduve durante días enteros... No tenía sueño y vi pasar los letreros de Melide, Palas de Rei, Ponferrada..... a una velocidad inquietante. Y al mismo tiempo los recuerdos, tantos y tan intensos, merodeando a mi alrededor. Reía yo solo algunas veces, otras casi me emocionaba.

Aterricé en casa como un ser de otro mundo. Desorientado, fuera del camino... Y luego las llamadas, los correos, la lavadora, la comida, el trabajo, los papeles... en fin, la vida…

 

Pero yo aún tengo viva en mi mente "otra vida". El otro mundo que tuve el privilegio de contemplar cada mañana cuando caminaba solitario sobre una tierra por estrenar. Cuando sentía el rumor de la fina lluvia resbalar sobre las hojas de los castaños centenarios o el sonido tan sólo de mis pasos recorriendo calles de mil años.

He sido un privilegiado. Por estar allí, por sufrir y superarme, por darme cuenta del mundo que nos rodea. Y más aún por haber tenido la suerte de encontrar a otras personas y poder compartirlo.

“Tienes la mirada del que viene de lejos. De quien lleva caminando muchos días.”

Alguien me dijo estas palabras cuando descansaba sentado en las escaleras de la catedral de Santiago.

No quisiera perder nunca esa mirada.

 

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